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La chica sentada


Me fijé en ella cuando entró en la sala porque tenía esa expresión de desorientación cuando se llega a un sitio nuevo. Supongo que entró atraída por el ritmo de la kizomba, solo para averiguar qué era esa música que no había escuchado antes.

Pasado un buen rato la vi sentada en un rincón de la sala. Observaba hipnotizada cómo las parejas se movían por la pista de baile. Un hilo invisible la mantenía unida al caminar pausado de los que flotaban al compás que marcaban las notas.

Me acerqué a ella para invitarla a bailar. Extendí mi mano en el gesto que todos sabemos interpretar, sonreí para romper el hielo pero ella me devolvió una mirada de sorpresa.

  • No, no. Es que no sé bailar esto.

Mientras mantenía la mano extendida le contesté:

  • Si sabes coger mi mano y caminar, puedes bailar conmigo. Si sabes respirar, cerrar los ojos y abandonarte, puedes bailar conmigo. Solo relájate, confía en mí y no pienses en nada. Mientras dure esta canción solo existiremos tú, yo y la música.

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