Sentimiento Kizombero
Aquella era una extraña tarde de domingo del mes de septiembre. El tiempo todavía acompañaba como para ir a pasear por la playa. Necesitaba cargarme de energía y nada mejor que el sol y la brisa del mar. ¡Ventajas de vivir cerca de la playa!
A menos de 200 metros del local donde habitualmente iba a bailar kizomba todos los domingos, era consciente que mi cuerpo todavía no estaba preparado para volver a la pista de baile.
Pero la kizomba llegó a mi vida y a mi corazón para quedarse. Así que me estiré en la arena, cerré los ojos y soñé en una invitación a bailar, una sonrisa, música, todo con ruido de fondo del vaivén de las olas del mar…
Y recordé mi primer día de clase en que el profesor llegó tarde y me acabó incluyendo en un nivel intermedio para el que, evidentemente no estaba preparada. Y aquellos primeros compañeros de clase, con algunos de los cuales todavía coincido en las pistas, y con los que nos une un cariño muy especial. Y se dibujó una sonrisa en mi rostro.
Atardecía, refrescaba… habían llegado los pescadores y algunas parejas que se abrazaban. Tomé aire, respiré profundo y dejé que la sensación de relajación me invadiera por completo. Con un poco de suerte en un par de semanas volvería a reencontrarme con el baile y con todos esos abrazos que sólo los kizomberos saben dar desde lo más profundo del corazón.